José Carlos Cataño y la biblioteca que se vacía

A continuación reproducimos, con el permiso expreso de su autor, un fragmento del libro de José Carlos Cataño "De rastros y encantes" (Universidad de Sevilla, 2011), donde se recogen las anotaciones que fue plasmando, a lo largo de los años, a propósito de sus expediciones por los mercadillos de libro usado, de lance, viejo o condenado al olvido, de no ser porque una mano amiga y amante pudo rescatarlo justo antes de enfilar el camino hacia el cadalso.

Vengo cargado de la biblioteca de un abogado barcelonés ya fallecido. He dejado una caja con solo la base llena y he de volver otro día. Luego ya se verá cómo transportar esa y otras cajas descomunales. La biblioteca ha comenzado a ventilarse hace cuatro años. Antes de fallecer, el abogado indicó a sus hijos que los más de veinticuatro mil volúmenes serían regalados a quienes manifestasen interés por ellos. Han pasado carmelitas, filólogos, aficionados a la literatura, historiadores, catedráticos...

Con la escalera de un lado para otro y los dedos tiznados, he picoteado como he podido en cada estante. En las zonas superiores que tocan el cielorraso todavía quedaban ejemplares desapercibidos. El hijo, que tan amablemente me atendió, me preguntaba por mis intereses, pero al cabo se dio cuenta de que no tenía ninguno: tan pronto por aquí un clásico del fascismo español como un tratado de Levinas; historias de los sefardíes de Salónica y un Max Brod del que nunca había tenido noticia. Y me dejo cientos y cientos de títulos y temas en el tintero.


Dos horas duró la batida, porque las piernas me temblaban y los estantes hacían amago de saltar por los aires. Yo quería llevármelo todo, pero coloqué lo secundario en una de las cajas y llené la mochila y no sé cuántas bolsas de plástico con lo que deseaba colocar en la mesita de noche.

Nos fumamos un cigarro con el atardecer a nuestras espaldas. Otro día contaré más del abogado sabio y enamorado de todo lo hebreo: había fotos en la sinagoga con antiguos familiares míos, con mi iniciados en el judaísmo Carlos Benarroch, los archivos de la Entesa Judeocristiana de Catalunya...

X me llamaba para acudir a la inauguración de una galería de arte de una amiga. Pero yo sólo podía tener ojos para los libros salvados, para los archivos de la Entesa, para las fotos y los documentos con los que podría reconstruir, en la próxima vez, las condiciones de vida de la pequeña comunidad judía de Barcelona en los primeros años del franquismo, con su centenar de polacos, búlgaros y alemanes a los que se les permitió cruzar la frontera y asentarse en Cataluña; con los que llegaron de Esmirna, Salónica y Estambul; con los sefardíes que huyeron de Marruecos tras la independencia del país.



Es, quizás, el libro que más misterios guarda entre sus páginas. Se trata del único manuscrito de origen medieval que no ha conseguido ser descifrado hasta ahora. Escrito hace unos 600 años por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el Manuscrito Voynich se ha convertido en el Santo Grial de la criptografía histórica, aunque los detractores de esta obra defienden la teoría de que el libro no es más que una secuencia de símbolos al azar que carecen de sentido alguno. Invención o realidad, lo cierto es que el Manuscrito Voynich fascina hasta a los más escépticos.

Un Evangeliario es un libro que contiene el texto e imágenes alusivas a las fuentes bíblicas de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Sin embargo, este códice que perteneció a Carlos de Angulema tiene el tamaño y parte de la iconografía de los libros de horas. Este asunto es importante, porque la Inquisición prohibió cualquier fragmento de textos bíblicos a cualquiera que no perteneciera al clero. Han sobrevivido muy pocas copias de estos siglos, y esta es una de las escasas muestras de este género.


Pedanio Dioscórides Anazarbeo fue un médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia, cuya obra De Materia Medica alcanzó una amplia difusión y se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad Media y el Renacimiento. El texto que recibe su nombre de este autor es un manuscrito que describe unas 600 plantas medicinales, incluyendo la peligrosa mandrágora, unos 90 minerales y alrededor de 30 sustancias de origen animal. A diferencia de otras obras clásicas, este libro tuvo una enorme difusión durante la Edad Media, tanto en griego como en latín o árabe.

El Libro de Horas de la condesa de Bertiandos representa un curioso manuscrito iluminado si lo comparamos con el resto de los libros de horas de su época (siglo XVI). Está considerado, además, como una cima de la iluminación artística religiosa y popular de todos los tiempos. En este códice se representan costumbres y usos que lo convierten en un documento esencial para el conocimiento de tradiciones y hábitos perdidos. Con gran minuciosidad y excelente riqueza cromática se presentan flores, frutos, insectos, peces, animales de caza, animales domésticos, trompetas, barcos, escaleras, instrumentos de labranza y náuticos, musicales y formas híbridas.





En la trastienda de la historia, se cuecen todo tipo de intereses: desde las intrigas palaciegas hasta las más burdas maniobras de márketing turístico. Dada la relevancia que en el Medievo tenía el Camino de Santiago como columna de transmisión de la cristiandad, así como el tumultuoso estado de las lides dinásticas y papales, no es extraño que muchos de los testimonios escritos que se originaron en la época tuviesen una, cuanto menos, curiosa génesis. El Códex Calixtinus, recientemente sustraído de la Catedral de Santiago, oculta una serie de vicisitudes que conviene conocer para contextualizarlo en su época.

Entre los ejemplos más extravagantes de libros antiguos, se encuentra este fantástico códice de forma circular (de ahí su nombre: Codex Rotundus), al parecer, perteneciente al conde Adolfo de Clèves y La Mark, quien habría entrado en contacto en la corte borgoñesa con las últimas tendencias de la época en materia de iluminación de manuscritos y habría impulsado la creación de este minúsculo tomito, de poco más de 9 cm de diámetro y exquisitamente iluminado por un maestro flamenco de identidad desconocida.

Los Códices de Madrid pertenecen tal vez al período más productivo de la vida de Leonardo da Vinci, desde 1491 hasta 1505. Muchos de los ingenios ilustrados en estos manuscritos no serían desarrollados por completo hasta muchos siglos después, caso del giroscopio o el llamado "engranaje sin fin". Ahora bien, estos Códices no se limitan a una colección de diversas máquinas, sino que constituyen un análisis sistemático de los conceptos y elementos de las máquinas. Hubieron de transcurrir doscientos años antes de que los sabios franceses, por ejemplo, desarrollaran un análisis similar para establecer las bases de las teorías modernas de la mecánica.