Mónica Cobeta Abad.- La expresividad artística y la brillantez artesanal de Picasso se dan cita en una de las series de grabados más importantes de toda la historia del arte, comparable únicamente en calidad y extensión a las realizadas por Rembrandt y Goya. La colección toma su nombre de Ambroise Vollard (1866-1939), editor y marchante de arte de vanguardia en París, que organizó la primera exposición de Picasso en esta ciudad en 1901. La colección consta de 97 cobres, realizados entre 1930 y 1936, periodo en que el pintor alcanza su madurez artística, a los que se añadieron tres retratos del editor, hasta completar un centenar de estampas.
Debido al interés de Picasso por experimentar, la serie representa una especie de catálogo de técnicas del grabado, desde el aguafuerte, pasando por la punta seca, el buril o el aguatinta de azúcar, siempre de una manera novedosa, al aplicar los ácidos con pincel para conseguir asombrosas veladuras o al utilizar la simple línea pura, aportando a las estampas un gran naturalismo sensual. Constituye, por tanto, un testimonio de la destreza de Picasso como dibujante y como maestro de las técnicas del grabado.
Las imágenes obedecen a las obsesiones personales del artista. Los motivos y temas que confieren unidad a la serie son El taller del escultor, El minotauro, Rembrandt o La batalla del amor. Algunos de los temas tienen su origen en un relato breve de Honoré de Balzac, titulado Le Chef-d´oeuvre inconnu (1831), cuya lectura impresionó profundamente a Picasso. En él se narra el esfuerzo de un pintor por atrapar la vida misma a través de la belleza femenina. Así, la protagonista de la colección es Marie-Thérèse Walter (1909-1977), a quién Picasso conoció con tan sólo 17 años y que se convirtió en su gran amor durante los años 30. Para el pintor, la joven representaba la inmortalidad, la vida en su momento de esplendor y, al mismo tiempo, su ideal pictórico.
Por su parte, el artista aparece en las estampas de dos maneras, como escultor clásico y como minotauro. Entre ambos polos se desarrolla la expresividad artística. La mayor parte de ellas se caracterizan por un estilo lineal, clásico, mientras que, en otras se percibe la oscuridad barroca e incluso la violencia. Predomina el motivo de El taller del escultor (cuarenta y seis grabados), que muestra el compromiso del pintor con la escultura clásica. En esta época Picasso estaba dedicado a la escultura en su nueva casa y estudio, el castillo de Boisgeloup, a las afueras de París. Los grabados de su joven modelo representan un diálogo entre el artista y su creación, desarrollando de forma constante la relación erótica entre el pintor y su amante. Por otro lado, el minotauro, ser mitológico con cuerpo humano y cabeza de toro, posee cualidades opuestas, intelecto e instinto, gentileza y concupiscencia, maldad y bondad. En él se unen lo apolíneo y lo dionisíaco, del mismo modo que en la Suite, y le sirve al pintor para transmitir la evolución de sus sentimientos hacia Marie-Thérèse, en especial, en las cuatro planchas de El minotauro ciego. En los grabados dedicados a Rembrandt, Picasso muestra la admiración y rivalidad que sentía por el artista holandés, a quien imitó en algunos recursos técnicos.
En la Suite Vollard, Picasso refleja de forma simultánea sus inquietudes personales y sus anhelos artísticos. Por ello, es importante como documento artístico, pero también como documento histórico, pues en ella se reflejan las pasiones, las obsesiones y las preferencias del pintor en aquella época, conformando una especie de tratado de arte sobre su propia obra.
El Libro de Horas de la condesa de Bertiandos representa un curioso manuscrito iluminado si lo comparamos con el resto de los libros de horas de su época (siglo XVI). Está considerado, además, como una cima de la iluminación artística religiosa y popular de todos los tiempos. En este códice se representan costumbres y usos que lo convierten en un documento esencial para el conocimiento de tradiciones y hábitos perdidos. Con gran minuciosidad y excelente riqueza cromática se presentan flores, frutos, insectos, peces, animales de caza, animales domésticos, trompetas, barcos, escaleras, instrumentos de labranza y náuticos, musicales y formas híbridas.
En la trastienda de la historia, se cuecen todo tipo de intereses: desde las intrigas palaciegas hasta las más burdas maniobras de márketing turístico. Dada la relevancia que en el Medievo tenía el Camino de Santiago como columna de transmisión de la cristiandad, así como el tumultuoso estado de las lides dinásticas y papales, no es extraño que muchos de los testimonios escritos que se originaron en la época tuviesen una, cuanto menos, curiosa génesis. El Códex Calixtinus, recientemente sustraído de la Catedral de Santiago, oculta una serie de vicisitudes que conviene conocer para contextualizarlo en su época.
Debido al interés de Picasso por experimentar, la serie representa una especie de catálogo de técnicas del grabado, desde el aguafuerte, pasando por la punta seca, el buril o el aguatinta de azúcar, siempre de una manera novedosa, al aplicar los ácidos con pincel para conseguir asombrosas veladuras o al utilizar la simple línea pura, aportando a las estampas un gran naturalismo sensual. Constituye, por tanto, un testimonio de la destreza de Picasso como dibujante y como maestro de las técnicas del grabado.
Las imágenes obedecen a las obsesiones personales del artista. Los motivos y temas que confieren unidad a la serie son El taller del escultor, El minotauro, Rembrandt o La batalla del amor. Algunos de los temas tienen su origen en un relato breve de Honoré de Balzac, titulado Le Chef-d´oeuvre inconnu (1831), cuya lectura impresionó profundamente a Picasso. En él se narra el esfuerzo de un pintor por atrapar la vida misma a través de la belleza femenina. Así, la protagonista de la colección es Marie-Thérèse Walter (1909-1977), a quién Picasso conoció con tan sólo 17 años y que se convirtió en su gran amor durante los años 30. Para el pintor, la joven representaba la inmortalidad, la vida en su momento de esplendor y, al mismo tiempo, su ideal pictórico.
Por su parte, el artista aparece en las estampas de dos maneras, como escultor clásico y como minotauro. Entre ambos polos se desarrolla la expresividad artística. La mayor parte de ellas se caracterizan por un estilo lineal, clásico, mientras que, en otras se percibe la oscuridad barroca e incluso la violencia. Predomina el motivo de El taller del escultor (cuarenta y seis grabados), que muestra el compromiso del pintor con la escultura clásica. En esta época Picasso estaba dedicado a la escultura en su nueva casa y estudio, el castillo de Boisgeloup, a las afueras de París. Los grabados de su joven modelo representan un diálogo entre el artista y su creación, desarrollando de forma constante la relación erótica entre el pintor y su amante. Por otro lado, el minotauro, ser mitológico con cuerpo humano y cabeza de toro, posee cualidades opuestas, intelecto e instinto, gentileza y concupiscencia, maldad y bondad. En él se unen lo apolíneo y lo dionisíaco, del mismo modo que en la Suite, y le sirve al pintor para transmitir la evolución de sus sentimientos hacia Marie-Thérèse, en especial, en las cuatro planchas de El minotauro ciego. En los grabados dedicados a Rembrandt, Picasso muestra la admiración y rivalidad que sentía por el artista holandés, a quien imitó en algunos recursos técnicos.
© Sucesión Pablo Picasso. VEGAP. Madrid, 2010 |
En la Suite Vollard, Picasso refleja de forma simultánea sus inquietudes personales y sus anhelos artísticos. Por ello, es importante como documento artístico, pero también como documento histórico, pues en ella se reflejan las pasiones, las obsesiones y las preferencias del pintor en aquella época, conformando una especie de tratado de arte sobre su propia obra.
Es, quizás, el libro que más misterios guarda entre sus páginas. Se trata del único manuscrito de origen medieval que no ha conseguido ser descifrado hasta ahora. Escrito hace unos 600 años por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el Manuscrito Voynich se ha convertido en el Santo Grial de la criptografía histórica, aunque los detractores de esta obra defienden la teoría de que el libro no es más que una secuencia de símbolos al azar que carecen de sentido alguno. Invención o realidad, lo cierto es que el Manuscrito Voynich fascina hasta a los más escépticos.
Un Evangeliario es un libro que contiene el texto e imágenes alusivas a las fuentes bíblicas de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Sin embargo, este códice que perteneció a Carlos de Angulema tiene el tamaño y parte de la iconografía de los libros de horas. Este asunto es importante, porque la Inquisición prohibió cualquier fragmento de textos bíblicos a cualquiera que no perteneciera al clero. Han sobrevivido muy pocas copias de estos siglos, y esta es una de las escasas muestras de este género.
Pedanio Dioscórides Anazarbeo fue un médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia, cuya obra De Materia Medica alcanzó una amplia difusión y se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad Media y el Renacimiento. El texto que recibe su nombre de este autor es un manuscrito que describe unas 600 plantas medicinales, incluyendo la peligrosa mandrágora, unos 90 minerales y alrededor de 30 sustancias de origen animal. A diferencia de otras obras clásicas, este libro tuvo una enorme difusión durante la Edad Media, tanto en griego como en latín o árabe.
El Libro de Horas de la condesa de Bertiandos representa un curioso manuscrito iluminado si lo comparamos con el resto de los libros de horas de su época (siglo XVI). Está considerado, además, como una cima de la iluminación artística religiosa y popular de todos los tiempos. En este códice se representan costumbres y usos que lo convierten en un documento esencial para el conocimiento de tradiciones y hábitos perdidos. Con gran minuciosidad y excelente riqueza cromática se presentan flores, frutos, insectos, peces, animales de caza, animales domésticos, trompetas, barcos, escaleras, instrumentos de labranza y náuticos, musicales y formas híbridas.
En la trastienda de la historia, se cuecen todo tipo de intereses: desde las intrigas palaciegas hasta las más burdas maniobras de márketing turístico. Dada la relevancia que en el Medievo tenía el Camino de Santiago como columna de transmisión de la cristiandad, así como el tumultuoso estado de las lides dinásticas y papales, no es extraño que muchos de los testimonios escritos que se originaron en la época tuviesen una, cuanto menos, curiosa génesis. El Códex Calixtinus, recientemente sustraído de la Catedral de Santiago, oculta una serie de vicisitudes que conviene conocer para contextualizarlo en su época.
Entre los ejemplos más extravagantes de libros antiguos, se encuentra este fantástico códice de forma circular (de ahí su nombre: Codex Rotundus), al parecer, perteneciente al conde Adolfo de Clèves y La Mark, quien habría entrado en contacto en la corte borgoñesa con las últimas tendencias de la época en materia de iluminación de manuscritos y habría impulsado la creación de este minúsculo tomito, de poco más de 9 cm de diámetro y exquisitamente iluminado por un maestro flamenco de identidad desconocida.
Los Códices de Madrid pertenecen tal vez al período más productivo de la vida de Leonardo da Vinci, desde 1491 hasta 1505. Muchos de los ingenios ilustrados en estos manuscritos no serían desarrollados por completo hasta muchos siglos después, caso del giroscopio o el llamado "engranaje sin fin". Ahora bien, estos Códices no se limitan a una colección de diversas máquinas, sino que constituyen un análisis sistemático de los conceptos y elementos de las máquinas. Hubieron de transcurrir doscientos años antes de que los sabios franceses, por ejemplo, desarrollaran un análisis similar para establecer las bases de las teorías modernas de la mecánica.