Bibliofilia vs. Bibliomanía
Marcos Ros-Martín (documentalista)
Marcos Ros-Martín (documentalista)
Los bibliófilos creen que uno de los principales pecados de los bibliotecarios consiste en tratar a los libros como simples objetos de análisis técnico. Cuando un bibliotecario dispone de un libro en sus manos, lo que hace es un análisis completo y exhaustivo de sus elementos identificativos siguiendo una serie de reglas preestablecidas, autopsia lo denominan, así que un bibliotecario se apresura a localizar el título, autor, año, editorial… obviando en ocasiones lo que realmente tiene enfrente suyo. Estoy convencido que hay muchos tipos de bibliotecarios, no todos tendrán la actitud de oficinista (o peor, de operario de cadena industrial) antes descrita, aunque si bien es cierto que un bibliotecario no tiene la necesidad de ser un bibliófilo, todos somos un poco bibliófilos al admitir que amamos los libros.
La pregunta que nos debería asaltar ahora es: ¿Y quién no lo hace? ¿Quién se va a atrever a afirmar sin tapujos que los libros son detestables? Seguramente, algún estudiante que se horrioriza ante la materia de estudio, o el libro recomendado por el profesor, pero no se atreverá, por su condición de estudiante, a renegar de ellos (y menos de Google, claro. Santa tecnología). Sin embargo, ahora nos toca puntualizar, puesto que no todo amor por los libros tiene que ser bibliofilia, afortunadamente para nuestro bolsillo, de esta manera, el diccionario de la RAE puntualiza que la bibliofilia consiste en la "pasión por los libros, y especialmente por los raros y curiosos".
Es decir, que yo por precisamente no tener ningún libro raro, aunque curioso admite un espectro amplio de tipos, no soy bibliófilo. De momento, no me ha dado por desprenderme de miles de euros, aunque se trate de un par de miles, por un libro. Sin embargo, los hay que sí lo hacen (o no) creando una fauna dentro de la bibliofilia que, aunque difícil de identificar para el resto de los mortales, es curiosa conocer:
- Bibliomaníaco. Para definir a éstos, vamos a volver al diccionario, puesto que los define de una manera adecuada, así la bibliomanía consistiría en la Pasión de tener muchos libros raros o los pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que para instruirse. Es decir, que éstos no los leerían.
- Bibliopiratas. Esta tipología de bibliófilos no se conformarían con la compra de libros, sino que adquirirían técnicas y tácticas más ruínes para obtener los libros que tanto desean. Así, los bibliopiratas no dudarían en robar un libro para incorporarlo a su biblioteca particular, ya fuese en librerías o en bibliotecas tanto públicas como privadas.
- Bibliotafio. Es literalmente, sepulcro de libros, por lo que trasladado a la bibliofilia se trataría del bibliófilo que no permite la consulta de la biblioteca ni muestra sus libros guardándolos con celo.
De todos ellos, el más deleznable seguramente es el bibliomaníaco, aunque los bibliopiratas también tienen algunos puntos negros en nuestra cuenta, tipología a la que Umberto Eco ya dedicó un texto. Desde luego que no pienso, ni puedo realmente, extenderme en este tema, ya que pudiendo disfrutar de un texto de un intelectual, para qué esforzarme en igualarlo. Por lo que único que me queda es dejaros con él para que lo disfrutéis pinchando aquí.
¿Es la bibliofilia una enfermedad?
José Luis Trullo (filólogo)
A tenor del uso que recibe como sufijo, normalmente peyorativo, una palabra tan bella y noble como "amor" (-filia: philía, en griego) se ha ido degradando con el tiempo: necrofilia, pedofilia... En el imaginario colectivo, al parecer se ha acabado asociando, como mínimo, con una manía compulsiva, una obsesión malsana: una enfermedad. Así, no es de extrañar que los bibliófilos tengan (tengamos) que andar por la vida pidiendo disculpas por su afición, por su devoción a unos objetos que, ya por sí, parecen bastante estigmatizados en la sociedad ágrafa e iletrada en la que vivimos. Un bibliófilo aparece a los ojos de no pocos como un friki (un fenómeno de feria, una rareza), ya no del arte o la cultura, sino del papel, ¡ese invento en vías de extinción! Ya no hablamos del pergamino o del papiro... Como mucho, se disculpa si la propensión al códice o la lámina posee una ambición inversora, una perspectiva "rentable"; ahora bien, ¿como afición? Vade retro! Lo que prima es el volumen de usar y tirar, de consumo rápido y que no deje huellas, si es posible incluso que se autodestruya tras su lectura leve y superficial (sospecho que muchos ya lo hacen: a mí se me han desecho bastantes entre las manos). ¿Qué es eso de que un libro aspire a durar y perdurar, a detener el tiempo, a erigirse como un objeto digno en sí mismo, sí, amable?
Tengo para mí que la bibliofilia es, para muchos (para casi todos los que no forman parte de la secreta cofradía), una dolencia mental, casi un insulto al resto de la sociedad. Por eso, no es de extrañar que los letraheridos reaccionen a la defensiva, unos, pidiendo disculpas por su monomanía, y otros, a la ofensiva, acusando al orbe entero de ignorar el valor del arte y la cultura. Ni calvos, ni con tres pelucas: si de algo ha de servir el culto (cultivo) por el libro antiguo es para reforzar el sentido del respeto entre las personas y la tolerancia ante lo ajeno. Por mucho que ese extraño sea, con frecuencia, la persona a la que más cerca tenemos todos los días.
REMBRANDT, GRABADOR DE LA BIBLIA
Rembrandt realizó más de trescientas obras sobre historias y figuras de la Biblia (entre ellas, setenta aguafuertes), dotadas de un gran sentido de la composición, una sorprendente variedad técnica y una enorme expresividad emocional. El primero de sus grabados de temática bíblica data de 1626 y el último, de 1659. Para Rembrandt, el grabado no era un mero producto derivado de sus pinturas, sino un género dotado de un valor intrínseco. Con ello, seguía los pasos de sus más célebres predecesores, como Lucas van Leyden o Alberto Durero, llevándolos a un nuevo nivel. LEER MÁS
LAS FIGURAS BÍBLICAS DE VIRGIL SOLIS
Las primeras obras firmadas por Solis son de 1554. Su estilo, marcadamente decorativo y de vocación arquitectónica, sintonizó con cierta corriente en boga en el Renacimiento centroeuropeo por aquella época, que se complacía en fusionar temas y ornamentos de estirpe italiana con un gusto por lo abigarrado típicamente germánico. Su arte incorporó influencias de Durero, Beham y otros artistas. Su mejor obra son las Figuras Bíblicas del Antiguo y el Nuevo Testamento, que aquí analizamos, un proyecto gráfico sólido, quizás algo discutible bajo una óptica teológica, pero cautivador y apasionante desde la primera imagen hasta la última. LEER MÁS
LA MONUMENTAL BIBLIA DE MERIAN
En 1630 se publicaba en Estrasburgo la conocida como Biblia de Merian, la gran Biblia de Lutero con imágenes, publicada por Lazarus Zetzner, una de las editoras más importantes de Europa. Fue la primera vez que los famosos grabados al cobre del insigne artista Mateo Merian fueron insertados en el texto a dos columnas. Las planchas originales fueron posteriormente coloreadas a mano, dando a los volúmenes de las Sagradas Escrituras un relieve plástico y una hondura espiritual tan sólo comparable a los que, en su género, realizaron Durero, Cranach o Rembradt. LEER MÁS
JACQUES CALLOT, ACÉRRIMO CONTRARREFORMISTA
El célebre grabador francés Jacques Callot nació en una región de predominio católico, donde además la influencia de Roma era creciente. El propio autor formaba parte de la cofradía de la Inmaculada Concepción, e hizo causa común con el dogma de la Comunión de los Santos propugnada por el Concilio de Trento. No es extraño, pues, encontrar estos temas en su producción grabada: entre sus centenares de estampas se incluyen ciclos sobre la Virgen, o su serie sobre vidas de santos. LEER MÁS